¿por qué los padres deben estar atentos a las emociones de sus hijos?
Las emociones en los niños son procesos dinámico afectivos. Es decir, nos movilizan a hacer acciones y a poder obtener información de lo que nos sucede. Cuando un niño tiene una emoción, ésta le revela datos sobre lo que está sucediendo, pudiendo aprender y a generar vías de respuesta. Así mismo, podemos decir que generan una importante activación física de nuestro cuerpo, así como presentar una fuerte intensidad, pero siendo de corta duración. Esto difiere de los sentimientos que son más suaves y estables, con una duración que puede durar años. Estos elementos son trabajables por la familia, el niño y también por nosotros, los psicólogos de niños.
Si analizamos cada una de las emociones, podemos ver qué nos entrega como información y son funcionales:
Este elemento ha sido siempre así, desde el inicio de los tiempos del ser humano. Entre las emociones más significativas (junto a la graduación de éstas por intensidad) encontramos: la Alegría (estar contento, feliz, eufórico), la Rabia (estar molesto, enojado, con rabia, con furia o ira), esta Triste (melancolía, estar con pena, estar triste), el Miedo (estar con temor, tener susto, miedo o tener terror), tener vergüenza, estar nervioso, tener ansiedad (estar ansioso, angustiado), celos, envidia, asombrado, entre otras. El trabajo del psicólogo de niños es poder identificar estas emociones y aportar en generar y desarrollar recursos y entregar herramientas a los infantes.
Los niños, cuando pequeños, recién están descubriendo el mundo y por lo tanto, todo les resulta novedoso. A partir de las primeras vivencias afectivas sobre su interacción con el mundo, van a ir teniendo impresiones cognitivas sobre lo que sucedió. En otras palabras, van a ir aprendiendo de la experiencia y lo que les generó, tanto como aprendizaje como físicamente (sensaciones corporales). Estas emociones y afectos infantiles, tienden a sentirse de modo más intenso en algunas zonas de nuestro cuerpo, siendo especialmente intensas en la zona del pecho, estómago y cuello. Si bien, son originadas en nuestro cerebro, se sienten prioritariamente en estos lugares del cuerpo, que están relacionadas con la respiración y funcionamiento cardíaco. Los niños, inicialmente al no saber bien qué les sucede, generan respuestas que van más en una línea de acción física. Por ejemplo, llorar, golpear y golpearse, gritar, entre otras. En la medida que van creciendo, pueden ir diferenciando sus respuestas emocionales e ir diferenciando entre emociones.
Como psicólogos de niños debemos decir, en este aspecto es que tú como mamá y papá son fundamentales, para poder paso a un mejor entendimiento en dos líneas. A) Como fuente de información a los padres y B) como información que nos lleve a la acción con nuestros hijos.
Como la emoción de los niños nos entrega información de lo que le está pasando o sintiendo, nosotros como figuras parentales podemos implementar acciones para poder ayudarlo a que esa emoción (cuando es desagradable) pueda reducirse y el niño genere una mayor confianza a poder experimentarlas sin una vivencia de peligro o mucho agobio. Es decir, ayudarle, contenerlo, protegerlo, etc. A su vez, el niño al ir experimentando estas emociones, va a poder ir aprendiendo de su entorno, buscando repetir lo que le resulta agradable, movido por el principio del placer. Esto no quiere decir, que siempre quiera o pueda sentirse totalmente agradado, ya que como son funcionales, las emociones pueden generar ciertos entrampamientos en los niños, así como a los papás y mamás.
Por ejemplo, en la etapa oposicionista del desarrollo (entre 2 y 4 generalmente) los niños se ponen muy pataleteros y negativistas, de decir que no y tener una tendencia a rabear. Pero esta rabia es funcional, dado que quieren dominar su entorno para sentirse seguros. Cuando la rabia (para derribar el límite que los frustra) aflora, si no es bien manejada por los padres a través de un mejor establecimientos de los límites, puede mantenerse como una “llave” para abrir puertas de conseguir lo que desea. Otro ejemplo, sería con la vergüenza o la angustia, en que para evitar ir al colegio, genera dolor de estómago, cabeza, cólicos, entre otras, pero son estrategias mentales para poder evitar enfrentar el estímulo que les desagrada. Si logra “escapar de la situación”, va a ser bastante probable que el niño mantenga esa estrategia y la emoción, si bien le habría ayudado a evitar lo no deseado, le generaría perjuicios en otros ámbitos. En este ejemplo, en el escolar y social.
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Las vivencias nos entregan información sobre el mundo. Esta información es procesada por la persona en base a cómo lo vive y cómo significa esa experiencia. Esto nos lleva a una respuesta, generalmente intensa, que es la emoción (la cual puede ser agradable o desagradable). Esta información sobre la situación, nos lleva a que en situaciones futuras generemos pensamientos que muchas veces son anticipatorios al hecho en sí, llevándonos a experimentar emociones nuevamente dada los significados que ya construimos en nuestra mente. Estos pensamientos y emociones en los niños y adultos, pueden llevar a una cierta rigidez en la forma de comportarse, especialmente cuando son emociones desagradables e intensas.
Como es esperable, tanto niños como adultos, queremos evitar las emociones desagradables, por lo que tratamos de no experimentarlas. Pero si el hecho que la genera es una parte habitual y necesaria de nuestra vida (como por ejemplo, ir al colegio), genera dificultades al ser sensaciones que son de fuerte intensidad (por ejemplo: sintomatología psicosomática). Para evitar estas dificultades, es muy importante que como mamá y papá estés atento a las emociones de tus hijos, hables de lo que siente, de lo que pensó y de lo que hizo frente a ellas. Crea espacios individuales de comunicación, que le generen confianza de hablar de lo que le desagrada, ya que a través de la obtención de información, podrás orientarle, ayudarle a enfrentarlas mejor o establecer acciones necesarias de apoyo y ayuda a tu hijo.
Cuando estas dificultades relacionadas con el modo de experimentar las emociones se ha vuelto algo recurrente y limitante de la vida del niño (ejemplo: miedos infantiles, rechazo escolar, trastornos psicosomáticos, angustia de separación, fobia social, escolar o específicas a algún estímulo, entre otras), el nivel de rigidización entre el pensamiento, la emoción y la conducta, genera problemas que llevan a una menor capacidad del niño (y de su familia) para poder abordarla y modificarla. Es aquí donde entran en juego los apoyos externos, como terapias psicológicas para poder ayudar a modificarlas a través de especialistas infantiles como un psicólogo infantil o psicóloga infantil.
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